martes, 21 de septiembre de 2010

Una historia de cuernos 2


 
Destrampe en Cuernavaca.


La morbosa situación vivida en la aventura de tres en la cama no ha sido la única que ha estimulado mi cornamenta.

En la época en la que aún éramos novios, por razones de trabajo mi hoy esposa tuvo que ir a una convención en Cuernavaca, lugar de residencia de uno de sus expretendientes. La cosa no tendría mayor problema, si no fuera porque se le ocurrió avisarle que estaría esos días por aquella ciudad. ¿Para qué avisarle? Ella me explicó que se trataba de su aún amigo y había prometido ponerlo al tanto cuando estuviera por allá. Yo lo conocía relativamente bien, porque alguna vez habíamos trabajado en la misma empresa, en la cual ambos habíamos conocido a mi novia. Los dos habíamos andado tras ella al mismo tiempo y había sido yo el afortunado vencedor del duelo, por lo que percibía cierta mala vibra de su parte, a pesar de que siempre procuró no hacerla evidente. Ante tal circunstancia, lo natural era que yo me encelara y le pidiera a ella que guardara distancia del mequetrefe, pero no lo hice. Aún hoy no me explico por qué no lo hice.

Transcurrieron los días y, de acuerdo a lo que habíamos convenido, pasé por ella a Cuernavaca una vez concluido el evento. Tal como habíamos quedado, me esperaba en el restaurant del hotel, pero no estaba sola; el susodicho estaba ahí. Saludé a ambos como correspondía, percibiendo un cierto ambiente denso, como si la conciencia de ella le estuviera haciendo un reproche y desde el interior de él se escuchara una risa burlona. Alucines míos, pensé.

Él se despidió, y ella y yo nos dirigimos a su habitación para recoger sus maletas. Al entrar al cuarto cerró la puerta y buscó mis labios, como pidiendo sexo. No es lo suyo tomar la iniciativa, pero esa vez lo hizo. Se supone que intentaríamos salir temprano para que no se nos hiciera tarde en carretera, pero súbitamente nos encontramos desnudos sobre la cama. Cuando mis dedos se hicieron de su concha para masturbarla, me di cuenta de que estaba mucho más lubricada de lo normal. Pensé entonces que se encontraba en un estado de excitación fuera de lo común y seguí en mi tarea de masturbarla hasta llevarla a un primer orgasmo. A continuación coloqué mi cabeza entre sus piernas, para darle sexo oral. De sus labios salió un tenue “no” que en su momento no comprendí. El sabor de su concha era distinto de lo normal. Sería de nuevo su alto estado de excitación, pensé. Un orgasmo más. Hora de cogérmela. Quise sacar un condón de mi cartera, pero ella me pidió que no, aclarándome que no había riesgo de embarazo. La ansiedad no daba espacio para la reflexión. Sin mayores preámbulos, penetré su vagina y bombeé como poseído, hasta que me vine por completo dentro de ella. Sus manos me empujaban por las nalgas, como si quisiera ser receptora hasta de mi última gota. El “gracias”, el cigarro, el “qué rico” y al baño.

Para ganar tiempo me puse a recoger. Al tomar sus bragas del piso las noté empapadas. ¿Por qué esos rastros de líquido blancuzco?, ¿a poco la muy puta fue capaz de…?, ¿por eso la excesiva lubricación?, ¿por eso aquel “no” que quizá pretendía que el olor o el sabor no la delataran…? ¡Guácala! ¡No mames! Busqué un pañuelo desechable para escupir en él. ¡Y su urgencia de que me la cogiera! Claro, la muy guarra había tenido sexo sin protección con aquél cabrón y el tener sexo conmigo lo más pronto posible, reduciría sus problemas en caso de que por mala suerte resultara embarazada. Por eso su pedido de no usar condón, pese a que apenas hace dos semanas estaba en plena regla… 

En medio de estas reflexiones, salió del baño y me dijo que qué me pasaba; que se me notaba pálido. ¡¿Y cómo quería que estuviera después de esto?! ¡La muy puta! La miré a los ojos y me encontré con el rostro inocente que le caracteriza. Recordé que ella no es tan cabrona; no podía haberme hecho lo que mis estúpidos procesos mentales me estaban dictando. Debía existir otra explicación. En medio de mi desconcierto, le dije que me había bajado un poco la presión, pero que ya me estaba sintiendo mejor.  No podía darme el lujo de acusarla de algo de lo que no estaba completamente seguro. Además, el estilo frío y calculador necesario para hacerme lo que se supone que me estaba haciendo, no encajaba para nada en su perfil.

Entré al baño. De reojo vi en el cesto de basura una cajetilla vacía de Marlboro rojos. Como ella fuma ligths, regresó mi sospecha y me dio por hurgar. ¡En la madre!: ¡una pinche envoltura de condón! ¡¿Qué chingada madre hacía esa envoltura ahí?! Lo de los cigarros podría explicarse, ya que cuando ella no encuentra ligths en la tienda, compra rojos… ¡¿pero la envoltura…?! El asunto parecía contradictorio; pues si según mis “alucines” se la habían cogido sin protección, ¿qué sentido había en esa envoltura? Claro que pudieron haber pasado varias cosas: quizá lo hicieron varias veces, la última sin protección; o utilizaron condón al principio, pero al final habrían prescindido de él…

¡Puta! Ya eran varias las cosas que me hacían sospechar. ¿Qué debía hacer?, ¿mentarle la madre por puta y mandarla a la chingada?, ¿buscar el diálogo civilizado para encontrar la verdad y, dependiendo de ésta, tomar una decisión?... ¿sencillamente callar al respecto? Esto último fue lo que hice de momento, como si en el fondo el asunto lejos de lastimarme me hubiera gustado. Ya en el auto, en el camino de regreso, ella me platicó que él la había llevado a “dar la vuelta” a los lugares turísticos de la ciudad. En algún punto de esta plática le pregunté si alguna vez él había estado en su cuarto. Ella, en vez de darme respuesta, puso sus labios en mi oído, y mientras acariciaba mi entrepierna, susurró en tono de broma que le encantaba cuando me ponía celoso. Fue todo. Ni yo insistí en la explicación de lo ocurrido, ni ella ahondó, como si ambos supiéramos que lo que más nos convenía era el silencio.

Después de varios años, ya de casados, la llegué a escuchar hablando en voz baja con su hermana, mencionando con tono de picardía su “destrampe en Cuernavaca”. Aún hoy, su rostro adquiere un matiz especial cuando el nombre del tercero en discordia llega a aparecer en alguna plática, como si le llegaran recuerdos de esos que producen chispas de placer.

Hace meses se puso a buscar en Internet a personas relacionadas con su pasado; no me lo dijo, pero estoy seguro de que buscó a esta amigo. En una de mis fantasías recientes la veo pidiéndome permiso para visitarlo; lo peor del caso es que pienso que se lo daría.

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