lunes, 20 de septiembre de 2010

Una historia de cuernos 1




Tres en la cama.

Mi mujer y yo vivimos un noviazgo muy caliente, y pese a que lo hicimos “en todas partes”, mi apartamento fue el principal escenario de nuestros “arrebatos”. Tal asunto no sería nada fuera de lo común, de no ser por un detalle: en el lugar habitaba también mi mejor amigo.

Las primeras veces que llegamos a coger en mi apartamento lo hicimos, por recato, asegurándonos de que mi amigo no estuviera en casa. Sin embargo, con la calentura abandonamos este tipo de precauciones y pronto nos vimos teniendo sexo sin importarnos si el susodicho estaba o no presente. Sencillamente nos encerrábamos en mi cuarto y dábamos vuelo al frote de la carne. Por los sonidos y las circunstancias, obviamente él se enteraba de todo, pero tomó en muy buena onda la situación y sólo bromeaba diciendo que no contáramos dinero delante de los pobres.

Alguna vez invitamos al apartamento a la novia de mi amigo. No había ninguna intención “extraña”, sólo comer y convivir tranquilos. Al terminar de comer, mi novia y yo nos sentamos en la sala y comenzamos a acariciarnos. Por alguna razón rara, la novia de mi amigo se escandalizó por la escena y salió huyendo como si se hubiera encontrado con el diablo. Al parecer a la mujer le pareció “impropia” la situación. Varias veces hablé con mi amigo sobre el asunto. Decía envidiarme en buen plan por contar con una novia tan buena onda. Yo también así lo vi siempre; es mucho mejor tener por compañera a una mujer ardiente, aunque se le tache de puta, que a una mocha fría como un pez.

Uno de nuestros pasatiempos favoritos en fines de semana era ver películas rentadas, y como sólo en el cuarto de mi amigo había videocasetera (en aquel entonces aún no existían comercialmente los DVDs), era común que los tres nos concentráramos ahí para ver un maratón de películas. La situación era un tanto morbosa, porque los tres nos recostábamos en la “king size” (considerando que era el único mueble acogedor de la recámara), con mi novia siempre al centro. Como era de esperarse, en un principio ella se sentía un poco incómoda, y procuraba recostarse lo más cerca de mí y en una postura más bien agarrotada, como sometida por el recato. Sin embargo, nunca me sugirió que compráramos nuestra propia videocasetera, por lo que asumí que a ella también la atraía esto de ver películas en cama ajena. Con el tiempo fue relajándose hasta el punto de que a veces se desabrochaba sus apretados jeans para estar más cómoda. Mi amigo bromeaba diciéndole que se quitara la prenda para que estuviera más a gusto; ella le respondía que no fuera “pelado”, pero al mismo tiempo parecía no importarle que parte de sus bragas quedaran al descubierto por la abertura del pantalón.

El asunto alcanzó su máximo nivel de cachondez cuando, a sugerencia mía, empezamos a añadir pelis porno a nuestro maratón cinéfilo. La primera vez se lo propuse a ella medio en broma en el videoclub. Pensé que me mandaría a volar, pero para mi sorpresa aceptó con una sonrisa pícara. Otro que tomó de muy buena gana la idea fue mi amigo. De ahí en adelante y de vez en vez, nuestras tardes de cine tuvieron un toque de lujuria en la pantalla. Era obvio que en aquellas ocasiones los tres nos calentábamos mucho, pero el asunto no pasaba a mayores.

En esas tardes de cama para tres, no era rara la situación en la que uno, dos o los tres nos llegábamos a quedar dormidos por el cansancio que una ardua semana de trabajo nos había provocado. Esto inducía situaciones morbosas, como cuando ella se dormía en posición fetal, haciendo resaltar su rico trasero. Aunque mi amigo procuraba no fijar la vista con descaro, era evidente que aquella pose de mi novia lo ponía a mil. No necesito decirles lo que llegaba a ocurrir cuando ella vestía falda o vestido corto, que no eran pocas veces. En esas circunstancias yo disfrutaba de “ir al baño”, para dar chance a que mi amigo recreara su pupila con tranquilidad. Alguna vez, al regresar del baño, observé que la falda estaba levantada más de la cuenta. Sólo me reí por dentro e hice como que no me daba cuenta del “detalle”.

Otra situación divertida era cuando ambos se dormían. Aunque generalmente “guardaban la compostura”, de repente quedaban uno junto al otro. Una de las escenas que más me gusta evocar, corresponde a una ocasión en la que también regresando del baño los encontré totalmente embonados uno al otro, ella con su trasero encajado en el regazo de él, como si fueran una pareja durmiente común y corriente. La mano de él caía sigilosa, casi sobre la entrepierna de ella. ¿Qué hice?... ¡Nada! Sólo disfrutar de la escena que extrañamente me producía gran placer. ¿Fue algo provocado por él, por ella, por ambos o sólo por sus subconscientes? Nunca lo supe, nunca pregunté.

En los casos en los que él era quien caía víctima del sueño, ella y yo disfrutábamos de ponernos a fajar. Oficialmente él nunca se despertó en medio de nuestros arrebatos, jamás me dijo nada, pero lo cierto es que ante el meneo natural de la cama y los gemidos que ella nunca escatimó, para todos siempre fue obvio que él sabía lo que a veces ocurría entre nosotros cuando él “dormía”.

No sé. A veces creo que si alguno de los tres hubiera tenido un poco más de iniciativa, aquello habría terminado en algo más, pero por alguna razón ninguno de los tres se atrevió a dar el paso que se necesitaba para conformar el trío. Quizá el cuidado que él tuvo por no hacer algo que pusiera en riesgo nuestra vieja amistad; quizá el temor de ella, de que lo nuestro se fuera por un camino que llevara al final; quizá mi incapacidad de encontrar la manera de decirles “si les atrae, hagámoslo”. El caso es que los meses transcurrieron sazonados por estos deliciosos jugueteos, sin pasar a nada más, salvo por mis sospechas, quizá sólo avivadas por el deseo, de que en algún momento pudieron haber cogido entre sí.

Razones laborales terminaron con este trío que jamás fue. Con el tiempo me casé con ella y aunque hoy vivimos en una ciudad distinta de la de mi amigo, nos reunimos en parejas (él casó con la mujer pez) por lo menos dos o tres veces al año, y aunque ninguno de los tres toca el tema de nuestras viejas andanzas (hoy ella disimula haberlo olvidado), imagino que en el fondo ambos evocan aquella época erótica con tanto placer como yo lo hago.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuckold Survey 2018 - Preliminary Results

Este resumen no está disponible. Haz clic en este enlace para ver la entrada.